Para minha amiga Chachá, que como a Bolívia, nunca se rendeu à festifuderia.
Texto: José R, Bessa Freire. Tradução: Consuelo Alfaro
En los años 1940-50, la gastronomía, sin urgencia ni agobio, buscaba cada manjar allí donde se vendía: pan en la panadería, leche en la lechería, pescado en la pescadería, pastel en la pastelería, legumbres con el verdulero, otros alimentos en el mercadillo. Sin prisa. Pero, así que aceleró la economía – virgen-santa!- comenzó una loca correría. Todo cambió. Se pasó a comer pizza en la pizzería. Y fast food? En la festifuderia, claro. Y allí es donde el apurado se quema la boca con cualquier porquería.
Todo comenzó cuando la festifuderia creó un nuevo estilo de preparar y consumir alimentos. Los restaurantes reciben y almacenan toneladas de comida procesada y plastificada, lo que les permite producir en masa en un abrir y cerrar de ojos. Su producto emblemático es el hamburger – un bloque compacto de carne bovina molida y frita, con olor dudoso de cadáver, llena de sebo y grasa, dentro de dos tajadas de pan, con lechuga, tomate, catchup, mostaza o mayonesa. Además tienen también el cheeseburger y otros burgers, comprobando que fast food = easy money.
“El mundo entero va a comer burgers” – decidieron, interesados en el lucro rápido y no en la salud de los consumidores, las cadenas de restaurantes y cafeterías americanas que se diseminaron por todo el planeta, aprovechando la prisa de los consumidores en estos nuevos tiempos. La mayor de estas –McDonald’s – abrió un quiosco en un suburbio de Chicago, en 1955, y hoy tiene más de 30.000 establecimientos en 120 países del mundo, sirviendo burgers diariamente a 50 millones de clientes. La segunda es el Burger King de Miami, actualmente con 12.000 puntos de venta en 70 países.
Esas cadenas globalizaron la alimentación. Los burgers invadieron todos los rincones, ni siquiera la antigua cortina-de-fierro: Hungría, Polonia, Ucrania, Bielorrusia, Checoslovaquia y regiones tan distantes como el Curdistán y Turquiministán consiguieron contenerlos. El McDonald’s abrió un enorme restaurante en Moscú – conocido como McKremlin o McLenins y en Pequín, inauguró el mayor de todos con más de 700 asientos – el McMao. Los restaurantes, con el mismo design y la misma comida, son conocidos en la India, Japón, Europa, Nueva Zelandia, Australia, Egipto y otros países de África, en América del Sur, en los cinco continentes y en todo cuchitril del planeta.
El McLonche
En todos? Quiero decir, en CASI todos, porque en Bolivia las cosas funcionan de otra manera. Allá en los Andes, en el techo del mundo, los burgers entraron, presionaron, permanecieron 14 años, mas acabaron de llevar un sonoro puntapié en el trasero y se retiraron, derrotados, conforme la noticia de Patria Latina editado por el periodista de Bahia, Valter Xéu. La semana pasada, los gringos cerraron los ocho restaurantes en las tres principales ciudades de Bolivia: La Paz, Cochabamba y Santa Cruz de La Sierra. Salieron con el McRabito entre las piernas. Solo tuvieron perjuicios.
Sucede que nadie los frecuentaba, vivían abandonados. Los del marketing hicieron de todo para revertir la situación. Desencadenaron una campaña publicitaria, millonaria con jingles e imágenes a colores de la festifuderia y de los burgers. Todo inútil! Los bolivianos, nada! Los gringos inventaron entonces, el McLonche Feliz, una estrategia agresiva que junto con la merienda plastificada daba de brindis personajes conocidos por los niños. Quien compra un burger, gana un juguetito de plástico. Pero en Bolivia, al contrario de otros países que también comiezan con B, nadie le dio bola!
Ese tipo de promoción es ilegal en los Estados Unidos. La utilización de juguetes para vender alimentos se considera manipulación indebida, en California, prohibida por ley, si el alimento en cuestión no sigue las exigencias nutricionales, lo que viene al caso, aunque, al contrario de lo que se pueda suponer, el burger no es letal. Fuera de Bolivia, mucha gente come y a pesar de eso, consigue sobrevivir, no muere inmediatamente, dando razón a la tesis de que “lo que no mata, engorda”.
Y es verdad que engorda. Y como engorda! Diez adolescentes americanos que juntos pesan una tonelada están procesando el McDonald’s por sus problemas de salud. La fast food es responsable por el grave problema de obesidad que se alastra como una epidemia, porque es una alimentación – digamos así - pobre en fibras, pero con alta concentración de caloría, azúcar, sal y grasa, en gran parte transgénica o de aceites parcialmente hidrogenados, que aumentan el riesgo de ataque cardíaco y provocan un aumento de peso rápido.
Lo que no mata, engorda, es verdad, pero lo que engorda, mata. La food es fast, pero la muerte es lenta, ya que la obesidad está relacionada a varias enfermedades: cáncer de estómago, de colon y de mama, diabetes, artritis, presión alta, derrames y problemas cardíacos que están provocando la muerte en Inglaterra, inclusive de niños entre 6 e 10 anos, conforme denuncias del periodista americano Eric Schlosser, en su libro El País de Fast Food, lanzado en 2001.
La McEmpanada
Sin embargo, no fue por eso que el boliviano desdeñó el burger, conforme constataron los gringos que procuraron saber por que estaban operando con déficit más de una década. Oyeron sociólogos, economistas, antropólogos, nutricionistas, historiadores, educadores, cocineros, consumidores. Descubrieron que los bolivianos simplemente preferían la ‘empanada’ de carne o de verdura, el tamal de maíz y en vez de gaseosas, el despepitado, el mocachinchi y la orchata, a base de frutas, además de bebidas calientes como el mate de coca y el api, bebida dulce a base de maíz.
Un consultor o asesor sugirió crear entonces la McEmpanada y el McTamal, como forma de adaptarse a la cultura local como hicieron en India, donde los lonches se hacen con vegetales o carne de carnero, por ser la vaca un animal sagrado, pero esto acabó siendo inviable por la incompatibilidad en la forma de preparar. Los conceptos de comida son diametralmente opuestos. Los andinos son más refinados, tienen muy arraigada la noción de que la comida para ser buena, requiere además de sabor, dedicación, higiene y mucho tiempo en la preparación, lo que contraria el estilo vapt-vupt de la fast food.
La masa de la empanada salteña, por ejemplo, se prepara un día antes y después de sobarla, se envuelve en un paño húmedo. Permanece reposando y refrescando toda la noche. Si es al sereno, mejor. El relleno, a veces lleva tres días aderezado con ají, comino, orégano, cebolla picada, cebollita, arveja cocida, tuétano, patata, uva pasa, aceitunas negras cortadas – esas enormes de Arequipa, de sabor inconfundible.
Es por eso que en Bolivia no hay espacio para la fast food. No fuenecesaria una acción como la rebelión de los jóvenes en Francia, en agosto de 1999, cuando bajo el liderazgo de Joseph Bové, los manifestantes depredaron un McDonald’s en Milau, considerándolo responsable por la difusión de la “malbouffe” – comida evaluada como perjudicial desde el punto de vista dietético.
Bové fue condenado a tres meses de prisión y cuando salió comenzó un movimiento de educación culinaria en las escuelas. En Bolivia, nada de eso fue necesario. Los bolivianos ya son educados y se limitaron apenas a no consumir. Solamente con ese gesto derrotaron al monstruo.
Prefieren comer el pan que el diablo amasó, pero no se queman la boca. Fue así que Bolivia, consiguió constituirse en el primer territorio libre de festifuderias, una victoria de David contra Goliat. A los lectores, les deseo un año nuevo con empanada, tacacá, acarajé, abará y mucho xis caboquinho, recordando que en las aldeas indígenas también no hay McAñuje ni McMono.Viva Bolivia! Vivan las empanadas!
Foto Foodissimo Tadeu Veiga - Estaçao de Atocha, Madri